Andando entre los bosques de hayas miro hacia arriba y veo las largas ramas que se extienden hacia el cielo. Como queriendo alcanzar un futuro incierto, continúan firmes, aunque serpenteantes crecen cada día un poquito más. La mayoría aguanta vientos y temporales porque son fuertes, pero también flexibles, adaptándose a las circunstancias aunque sean adversas. Otras son más frágiles por todo el peso que ya soportan, y se quiebran cayendo al final.
En el bosque se pueden ver las ramas que se cruzan unas con otras, incluso algunas se unen, pero todas crecen para llegar a lo más alto de su propia naturaleza.
Continuamos andando por el bosque… En invierno, las ramas carecen de hojas que nos protegen del sol, pero también nos permiten ver los claros del cielo azul en un día nostálgico. Un rayo de luz sobre un día triste, nos ilumina, transforma, y como si fuera magia, nuestros ojos ven la naturaleza desde el corazón, consiguiendo la liberación.

















Un viaje a través de las emociones, sentimientos, experiencias, porque al fin y al cabo, “la carretera es la vida”, decía Jack Kerouac en su libro «En el camino» (1957).
Las ramas se extienden y estiran hacia arriba, como las terminaciones nerviosas de nuestro cuerpo hipersensible que determinan el carácter, provocado por las experiencias vividas que proyectan su propia naturaleza.
Un cartel en la carretera, ahora envejecido con restos todavía visibles sobre su superficie, refleja el tiempo pasado y nos recuerda que debemos continuar nuestro camino.
Al final de la carretera llegamos al mar. En la mochila llevamos las experiencias vividas, las emociones sentidas, y todo lo aprendido para poder seguir caminando. Porque, qué es la carretera, o la vida, sino una búsqueda continua de respuestas.






Exposición en Torre de Ariz, Basauri (Vizcaya)



